martes, 23 de noviembre de 2010

SALMO 39 (38).

2 Yo me dije: Vigilaré mi proceder
para no fallar con la lengua;
pondré una mordaza a mi boca
mientras el malvado esté frente a mí.
3 Guardaré silencio resignado,
me contuve inútilmente.
Pero mi herida empeoró,
4 el corazón me ardía por dentro;
pensándolo me requemaba,
hasta que solté la lengua.

5 Indícame, Señor, mi fin
y cuál es la medida de mis años,
que comprenda lo caduco que soy.
6 Me concediste unos palmos de vida,
mis días son como nada ante ti:
El hombre no dura más que un soplo,
7 el hombre se pasea como un fantasma;
por un soplo se afana,
atesora sin saber para quién.

8 Entonces, Señor, ¿qué aguardo?
Mi esperanza está en ti.
9 De todas mis iniqudades líbrame,
no me hagas la burla del necio.
10 Enmudezco, no abro la boca,
que eres tú quien lo ha hecho.
11 Aparta de mí tu golpe,
por el ímpetu de tu mano me consumo.
12 Castigando la culpa educas al hombre,
y roes como polilla sus tesoros.
El hombre no es más que un soplo.

13 Escucha mi súplica, Señor,
atiende a mi grito
no seas sordo a mis lágrimas.
Pues yo soy huésped tuyo,
forastero como todos mis padres.
14 No te fijes en mí; dame respiro
antes de que marche para no ser.




39. De poco vale clasificar este salmo como plegaria penitencial; a lo más sirve para destacar su individualidad. Del texto podemos extraer y recomponer un proceso: dolor - sentido como golpe o castigo - provocado por el delito que provoca la súplica de perdon y curación. En esto se parece a otros. Pero el salmo se sale del esquema y nos detiene con su intensidad, con su claridad enigmática. Ocupa gran parte del salmo un monólogo de reflexión indecisa, de introspección salta sin esfuerzo a una visión universal, de común humanidad, que no resuelve las tensiones. Por eso el salmo adopta un tono trágico, que desemboca, no en una esperanza luminosa, sino en resignación minimalista.

El salmo repite dos veces el aforismo "todo hombre es un soplo". Para un oído hebreo, acostumbrado a las paronomasías, la frase suena también como "todo Adán es Abel". Aunque uno no muera joven ni a manos de un fratricida, su destino es del de Abel. Para un ser dotado de conciencia la muerte es una violencia. El salmo 90 dice que contar los años es fuente de cordura o sensatez; en el Sal 39 contar los años, aun instruido por Dios, es privilegio funesto del hombre. El tema de la vida como soplo resuena en otros textos: Sal 62,10; 144,4; Job 7,16. Sólo que Abel era inocente, mientras que el orante se confiesa aquí pecador. A la tragedia de su condición caduca se suma la conciencia del pecado destructor.

38,2-4 Monólogo interior. El yo del poema se distancia de sí para observarse; analiza síntomas y procesos interiores, incluso su actividad de "meditar" y su inactividad controlada. Hablar o no hablar es su dilema. Si habla, a lo mejor yerra (Eclo 19,16), especialmente en presencia de un malvado malintencionado (Prov 6,2): mejor no hablar. Pero al callarse siente un fuego interior (Jr 20,9) y habla sin remedio: compárese con Eclo 22,27.

38,3 "Inútilmente": otros traducen "en atención al bueno", cfr. Prov 12,2; 13,22.

38,5-7 El tema es unitario, a saber, la caducidad personal en el horizonte de la condición humana universal. De la constatación a la certeza.

38,5 ¿Hace falta una revelación para concoerlo? Caben dos respuetas. a) El hombre lo sabe y lo olvida, no saca las consecuencias; b) lo sabe, pero quiere saber cuánto le queda de vida. Compárese con los salmos 90 y 102.

38,6a Es casi un salto metafísico: de la caducidad de la vida a la contingencia del existir: lo ilumina Eclo 41,10s.

38,6b-7a En perfecto paralelismo. "Como un fantasma"; la expresión hebrea es la misma del Génesis 1 "a imagen (de Dios)". El autor lo refuerce: no ya imagen de Dios, sino imagen de la realidad, existencia fantasmal.

38,7b La amplificación se fija en el rumor agitado y desatinado de la humanidad.

38,8-12 Nueva sección, introducida como consecuencia y desarrollada en alternancia de reflexión (8.10.12) y petición (9.11).
¿Hablar a Dios o callarse? De nuevo el dilema: "no puedo quejarme del hombre, porque lo ha hecho Dios; no puedo quejarme de Dios, porque he pecado". Pero el pecado explica el dolor como castigo, no la condición mortal. Perdonado el pecado, el hombre sigue siendo mortal. Entonces, la causa de tan triste condición ¿se encuentra en Dios? El orante universaliza su experiencia.

38,8 ¿Triunfa plenamente la esperanza? Cuanto sigue lo desmentirá: en el contexto su esperanza no es ilimitada por venir de Dios, sino limitada por residir en el hombre. Observemos sus tres peticiones negativas: "líbrame de" (9), "aparta de mí" (11), "desentiéndete de mí" (14). Así alcanzaré en paz mi destino: "no ser".

38,9 "Librar" es aquí perdonar. El "necio" es un hombre que se cierra a la compasión y agrava con la burla el dolor del prójimo.

38,11 "Tu golpe" es interpretación telógica de la enfermedad.

38,12 La acción de Dios se muestra aquí enigmática y turbadora. Primero porque el autor es Dios, es una acción desintegradora opuesta a la acción creativa o plasmadora. Segundo, por la comparación animal, que sugiere la lenta y eficaz e irresponsable acción de consumir: véanse Os 5,2; Job 13,28. Tercero, por el objeto: lo que el hombre desea o lo que hace al hombre deseable, en lo cual parece cebarse el hambre despiadada de Dios: compárese con Job 10,8s.

38,13 Que al menos Dios escuche el grito y se deje ablandar por las lágrimas: Is 38,3.5. Aunque el orante sea sólo huésped de Dios en su tierra, como los antepasados que ya entraron por la puerta de la muerte, la ley de Israel reconoce derechos al huésped y peregrino. Con todo este aparato de gritos enuncia la petición final: ¿será grande?

38,14 Es mínima. Es negativa. Deja de mirarme. Como si la mirada y atención de Dios fueran la causa última de sus males. El sintagma "fijarse / no fijarse" se lee en el relato de Caín: por la "atención" preferente de Dios, Abel encontró la muerte. Compárese con Job 7,6-21 y 14,1-6.

TRASPOSICIÓN CRISTIANA.

La esperanza cristiana en la resurrección cambia el horizonte del salmo. Pero debemos respetar la sinceridad del orante si queremos apropiarnos su espiritualidad. En un segundo momento contemplemos cómo el Hijo de Dios ha entrado en nuestra condición humana moratal, trágica: ha sido un Abel malogrado (Heb 12,24). No abría la boca (Mc 14,61). Pero no va a "no ser", sino que va al Padre (Jn 14,28). Y nosotros iremos cuando concluya nuestra etapa de ser "huéspedes y forasteros" (Heb 11,13; 1 Pe 2,11).

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